lunes, 18 de julio de 2011

POR QUÉ VOY A MISA

¿POR QUÉ VOY A MISA?
Voy a misa como cristiano que siente su obligación y su deber de cumplir con uno de los mandamientos de la Iglesia; que es lo que aprendí de pequeño. Luego, con el paso del tiempo, descubrí, cómo la palabra del Evangelio me interpelaba. Me sacudía, me hacía vibrar. Al escuchar la Palabra con atención, me daba pistas para reconocer mis errores y otras veces cómo me indicaba el camino a seguir, y me di cuenta de que me hablaba a mí directamente.
Empecé a gustar los domingos de ésa palabra que me advertía y me impulsaba a poner en práctica lo que me decía: a intentar mejorar mi calidad de vida de cristiano.
Con altos y con bajos, en éste caminar espiritual y con lapsos de tiempo, donde la vida temporal me atraía: no había un resquicio ni siquiera para un pensamiento de agradecimiento; agobiado por las redes que tienden los pequeños dioses que envuelven los negocios, las ansias innatas de poder y de poseer del ser humano en definitiva de subir en la escala social. Y no comprendiendo que se puede tener y como si no tuvieras; y estar, y como si no estuvieras; me encontré de nuevo en el punto de encuentro, al cabo de varios años.
Y empecé a degustar, por esa gracia actual que el Señor nos da continuamente, a dejarme llevar por los pensamientos positivos que la Oración y la Meditación ponen a nuestra disposición, y fue aumentando la necesidad y la frecuencia de oír esa palabra antigua y moderna a la vez que se anuncia en el Evangelio.
Al mismo tiempo que la lectura de los Salmos, me daba una visión de la historia de la salvación de nuestros antepasados, me daba cuenta cómo se me aplicaba a mí personalmente, en mi propia historia: de caídas, de errores, de infidelidades hacia el Señor, y hacia mis hermanos; todos los hombres.
A partir de aquí, la voluntad de querer hacer las cosas bien; de agradar a mi Señor; de pedirle fuerzas para resistir las tentaciones de cada día, de ofrecerle todo mi ser, mis pensamientos y acciones , me llevó a descubrir que la fuerza y el poder están en Él, en CRISTO JESÚS. Y que se quedó con nosotros, para darnos, su Cuerpo y su Sangre: para todos los días de nuestra vida. Y qué mejor medicina que ÉL MISMO, para sanarnos de todas nuestras imperfecciones.

Muchos años han pasado, para llegar a descubrir algo; cuanto apenas vislumbrar, cómo actúa la Eucaristía, en mí, y al mismo tiempo, que la gracia va trasformando ésa manera de vivir y sentir en el nombre del Señor, y tienen explicación las palabras de San Pablo: "Y ya no vivo yo ; es Cristo quien vive en mí".
Sin saber cómo, el impulso del Espíritu, te lleva, te guía, y te comunica lo que el Señor quiere, y sólo renunciando a veces, a comodidades, a gustos, a cansancios y a estar pendiente de los más mínimos detalles que, por vía intuitiva te van llegando, puedes predisponerte a su servicio.
Esta predisposición puede obtenerse, cuando uno se presta a ser como el siervo fiel, que está pendiente de la llegada de su amo y está ojo a avizor, de día y de noche, para abrir la puerta a la primera llamada, y decir !AQUÍ ESTOY, SEÑOR ,PARA HACER TU VOLUNTAD! Esa voluntad que un día, le dije que sí, y que ha de estar dispuesta a mantenerse cada día y cada instante, para permanecer en su servicio, no permitiendo que ese fuego de amor por CRISTO se apague, para servirle en todos los hermanos.

¿CÓMO VIVO LA EUCARISTÍA?

Las brasas que pueden avivar ese fuego de servicio y entrega incondicional, están en la Eucaristía; donde Cristo se hace presente, al fundirse con nosotros revitalizando todo nuestro ser, inflamando de ardores apostólicos nuestra alma, y aumentando en ella nuestro amor hacia su Esposo y Señor.
A partir de ese momento, se va entendiendo a San Juan de la Cruz, cuando habla del alma enamorada. Porque se produce entonces como una catarsis y ya no existe hombre o mujer; sino un alma que busca a su amado: a CRISTO. Vagando ansiosa intenta encontrarle, y busca, indaga, y habla con unos y con otros, para encontrarle en el camino que le lleve a su destino: unirse con ÉL.
En ésta búsqueda incesante, en la que no le importan las dificultades que vaya a encontrar, descubre que tiene que renunciar a muchas cosas que el mundo tiene por convenientes y necesarias y que , ha de desprenderse poco a poco, del peso que le impide volar, dejándose parte de su cuerpo entre las zarzas , de las que el mundo está lleno. Pero no le importa y, renuncia gustosa, dejándolo todo por el camino. Descubriendo al pronto, que renunciando a todo, podrá llegar más pronto; pues sólo será un alma que podrá volar y se fundirá su esencia con CRISTO, a quien necesita el alma para estar en la UNIDAD. y sólo el Espíritu Santo, puede hacer llegar a un alma, a ese estado de unión y Él está ansioso, de que un alma se le entregue, se le rinda, y le pida ésta UNIDAD, aceptando libremente dar su voluntad, para que el Espíritu de VERDAD, la moldee, la trabaje, la vaya rindiendo, inundándola de sus dones y así; sin darse cuenta, el alma que se ofrece, cuanto apenas siente su transformación, y por la acción de los dones, camina en humildad, reconociéndose pecadora y se siente liberada. Entendiendo sin entender, se encuentra desprendida y amada por EL AMADO.
Es una necesidad vital, de cada día, sentir el contacto físico que Cristo nos da en la Eucaristía, con su cuerpo y con su sangre, que te abre a dejarte llevar por sus mociones; por esa voz en silencio que el Espíritu va desgranando en tu interior, y que si la antena de la escucha está en función, se entiende perfectamente nuestro diálogo con EL.
Pero sólo la experiencia personal nos valdrá, para discernir, cuándo es un pensamiento nuestro o el ligero rumor silencioso del soplo del Espíritu, al estar en predisposición de dejarse purificar.
Con el paso del tiempo, descubres que sólo se puede llegar a ésa intimidad, por gracia: ya que los dones del Espíritu van modelando el alma sin darte cuenta; encontrando la paz, en un primer estadio, en el que vas aceptando las adversidades de la vida, sin comprenderlas, pero teniendo en tu interior, la certeza de que todo tiene su sentido, aunque la razón no lo entienda.
Y que cada minuto de la vida está presente en Dios, y que sólo el Espíritu, nos puede dar la iluminación interior de que esto es así, y de tal manera es así, que la constatación será posible, con alguien que haya vivido la experiencia.

Al encontrarte con otras personas que también han experimentado ésta forma de vivir en el Espíritu, das gracias al Señor, porque al contrastar con ellas las propias experiencias, te das cuenta que es una forma de manifestarse Dios a través de los hombres. y sientes entonces, ésa fuerza del Espíritu, que te impulsa a dejarte llevar, adonde Él te empuja, ofreciéndole tu voluntad y tu forma de pensar, sentir y querer.



La Eucaristía, me hace sentir de una manera más sensible, la presencia de Cristo en mi interior. Y al mismo tiempo, con el deseo de servirle, en el silencio de lo más profundo de mi ser, puedo escuchar su voz, que sin sonido se oye es decir es siente, como se escucha uno sus propios pensamientos.
Es verdad, sí, que para llegar a esa profundidad, hay que vaciarse de todo lo exterior, que turba la paz interior; los ruidos de los problemas de la vida diaria, con sus apetencias y necesidades, deseos de cosas, proyecciones de los círculos externos que trasmiten sus imperfecciones, impregnándonos, como también salen de nosotros hacia afuera. Sólo aceptando a los demás tal y como son, y aceptándonos a nosotros mismos, podemos encontrar ese equilibrio interior, confiando en el Señor, que nos conoce mejor y dejándonos en sus manos, es cuando la voz del Espíritu resuena en nuestro interior.

V. Enguídanos Garrido Castellón Octubre 1993

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